Anarquistas de los Balcanes contra la guerra

Aportación de la Federación para la Organización Anarquista (FAO-IFA) (Eslovenia/Croacia)

Julio de 2023

Ha transcurrido más de un año desde que la ya larga y devastadora guerra en Ucrania escalara a nuevas cotas de masacre tecnológica organizada en masa y se impusiera decisivamente en la conciencia del mundo. En febrero de 2022, tras casi ocho años de guerra civil que se cobró miles de vidas y causó una enorme destrucción, las fuerzas militares al mando de la Federación Rusa lanzaron una invasión a gran escala del territorio del Estado ucraniano, que se encontró con una decidida respuesta armada de las fuerzas militares al mando de Ucrania. A medida que las batallas envolvían tanto las ciudades como el campo, el flujo de armas hacia una zona de guerra recién creada aumentó de forma espectacular. Grandes partes del país y de la población se encuentran ahora bajo ocupación militar efectiva, ciudades enteras y vastos campos se convirtieron en zonas de muerte postapocalípticas. A estas alturas, muchos Estados, ejércitos, servicios de inteligencia y otras estructuras se han unido activamente a la guerra de una forma u otra, muchos de ellos en continuidad con sus compromisos anteriores. La volatilidad intrínseca de un conflicto militar entre ejércitos fuertes y tecnológicamente avanzados está elevando continuamente las apuestas geopolíticas mundiales, mientras que al mismo tiempo las necesidades e intereses de la población civil, tanto en la zona de guerra como en otras partes del mundo, están siendo dejadas de lado por todas las partes beligerantes. La guerra continúa y la lógica que la puso en marcha se está normalizando.

Después de casi un año y medio, la preocupación de muchos no es sólo el terror diario de las matanzas en el frente, el reclutamiento forzoso, los ataques a la población civil y la naturaleza totalitaria general del régimen de guerra, sino también lo que ocurrirá después. La ansiedad de muchxs en todo el mundo se ve alimentada por las obstinadas proclamas belicistas a ambos lados de la línea del frente. Lxs oradorxs oficiales de la clase dominante que preside ambos bandos de la guerra evocan rutinariamente la posibilidad del Armagedón nuclear y la necesidad del resurgimiento militarista impulsado por lxs nacionalistas en sus respectivas geografías. Todas las partes en guerra se esfuerzan por imponer sus verdades a las poblaciones que gobiernan y al mundo en general. Sin embargo, como en la mayoría de las guerras, hay mucha gente que decide no acatar las órdenes de lxs comandantxs de ambos bandos y a menudo lo hacen a riesgo de ser ridiculizadxs, estigmatizadxs, censuradxs, criminalizadxs, encarceladxs o perjudicadxs de otras formas.

Como tantxs otrxs, nosotrxs, los grupos políticos e individuxs afiliadxs a la Federación para la organización anarquista (FAO), hemos debatido, reaccionado y reflexionado sobre la nueva guerra. Lo hemos hecho tras muchas ocasiones anteriores en la última década y media en las que hemos tratado los temas de la guerra, la ocupación y la resistencia.

Hemos abierto muchos interrogantes y hemos llegado a algunas conclusiones. Como parte de nuestro esfuerzo, hemos escuchado y dialogado con nuestrxs compañerxs de diferentes partes del mundo, incluidxs lxs de Ucrania. Este texto representa un resumen parcial de las conclusiones a las que hemos llegado. Independientemente de su fuerza potencial, reconocemos que los temas aquí tratados son difíciles y que ninguna palabra puede compensar los horrores vividos por tantxs individuxs. A pesar de todas las complejidades de la política internacional en general y de la guerra como fenómeno específico en particular y a pesar de las contradicciones que implica cualquier actividad política, creemos que nuestras conclusiones son sencillas y claras. Y, sobre todo, están abiertas a un mayor desarrollo. Esperamos sinceramente que nuestra contribución pueda considerarse en conjunción con nuestras articulaciones y compromisos políticos anteriores.

Somos conscientes de que en este contexto específico somos relativamente privilegiadxs en el sentido de que nuestras vidas no corren peligro por las armas inmediatas de la guerra. Tenemos el privilegio de poder permitirnos el lujo de tomarnos tiempo para reunirnos como colectivo social y político y plantearnos preguntas sin la necesidad de encontrar inmediatamente respuestas prácticas de cuyo mérito dependerían nuestras vidas. Este es el privilegio que se les niega a muchos de los que están en primera línea en Palestina/Israel, en Siria, en Yemen, en Etiopía, en Ucrania y en muchos otros lugares que actualmente están siendo consumidos por la guerra. Sin embargo, no creemos que ciertos privilegios relativos deban obligar a permanecer en silencio. Somos conscientes de que para algunxs esta puede ser una postura controvertida. Sin embargo, elegimos conscientemente adoptarla y lo hacemos abiertamente.

Creemos que incluso en los momentos más difíciles existe la opción de mantenerse firme, de no encerrarse en el aislamiento, la parálisis y el silencio, sino de reflexionar activamente y, si se presenta la oportunidad, actuar. Creemos que esto es a lo que deberían aspirar lxs anarquistas y el movimiento anarquista en su conjunto. De hecho, es exactamente este punto de vista el que nos ha llevado a muchxs de nosotrxs al movimiento anarquista en primer lugar. Somos conscientes de que actuar de esta manera puede llevarnos a entrar en conflicto con el poder y con sus operaciones a través de las cuales fabrican el consentimiento para sus acciones. Además, entendemos que en estos tiempos de aparente confusión e incertidumbre hay mucho que beneficiarse del análisis, posiciones y prácticas de muchos de nuestrxs predecesorxs que tomaron parte en una actividad anarquista consistente en el contexto histórico y político específico de algunas épocas anteriores. Esto no significa que pretendamos lanzar a nuestrxs Malatesta, Goldman, Durruti, un anónimo marinero de Kronstadt, Makhno o cualquier otrx al fuego del debate pretendiendo que las propias referencias de este tipo zanjen la discusión. Esto iría en contra del espíritu de lo que entendemos que es el anarquismo. Esto no sería histórico y además sería grosero. Nos limitamos a afirmar que hubo gente antes que nosotrxs que se ocupó de cuestiones que no son distintas de las que estamos tratando ahora y que han aportado análisis y propuestas interesantes que nosotrxs también podemos poner en valor.

Nuestra contribución se divide en tres partes principales. En la primera intentamos esbozar algunos factores básicos que configuran nuestra política en general y nuestro enfoque de la guerra en particular. En la segunda resumimos nuestro análisis sobre cuáles son las fuerzas motrices de la actual conflagración en Ucrania. En la tercera parte articulamos lo que creemos que deberían ser las posiciones básicas a las que el movimiento anarquista debería prestar atención mientras navega por el desafiante terreno de la guerra y la resistencia a ella.

En relación con la segunda parte, subrayamos que para nosotrxs la comprensión de los procesos, causas, intereses y motivaciones implicados no constituye ningún tipo de apoyo o respaldo. Y en relación con la primera parte, subrayamos que se basa en la premisa de que podría ser útil ser explícitxs sobre algunos factores importantes que están dando forma a nuestras perspectivas y posiciones. No pretendemos que estos factores confieran a nuestras posturas una legitimidad o credibilidad inherentes. Simplemente decimos: estos son nuestros puntos de vista, esto es lo que les ha dado forma.

Tenemos nuestra sede en las llamadas Eslovenia y Croacia, en una de las muchas zonas fronterizas de Europa que también se conoce como los Balcanes. Se trata de una zona que durante mucho tiempo ha sido objeto de mistificación, demonización, exotización y todos los demás trucos ideológicos de la caja de herramientas del orientalismo. Además, aunque geográficamente los Balcanes son parte integrante de Europa, están bien integrados en las estructuras políticas y económicas de la Unión Europea y en algunos otros organismos y organizaciones transnacionales vinculados a ella. Sin embargo, hay que subrayar que esta integración se produce a través de muchos acuerdos diferentes.

Las estructuras estatales en las que nos encontramos se sitúan en un extremo de esta geografía, la que lleva ya bastante tiempo bien integrada en estructuras políticas, militares y económicas de integración europea y atlántica como la Unión Europea (Eslovenia desde 2004, Croacia desde 2013), la OTAN (Eslovenia desde 2004, Croacia desde 2009) y la OCDE (Eslovenia desde 2010). Estamos basados en geografías con apenas unos millones de habitantes y creemos que es justo decir desde el punto de vista de los grandes juegos geopolíticos, relativamente irrelevantes en términos de población, economía, recursos naturales y estructuras militares. Sí, puede que la mayoría de nuestros esfuerzos se limiten a un rincón geográficamente pequeño del mundo, pero estamos aquí y compartimos la misma pasión por la libertad que se encuentra en todas partes. Además, tenemos la opinión, un tanto narcisista, de que los Balcanes son una de esas geografías que ofrecen una valiosa visión de la mecánica contemporánea del sistema capitalista global, incluso para el ojo externo. Entre los elementos centrales de este sistema que se han expresado con especial claridad en nuestra geografía en las últimas décadas se incluyen la guerra, el nacionalismo, la repatriarcalización, el oscurantismo religioso y la redistribución masiva de la riqueza desde los segmentos más pobres de la sociedad hacia lxs ricxs. Como era de esperar, ninguno de estos elementos que se han impuesto desde arriba a la población de los Balcanes desde finales de la década de 1980 ha resultado beneficioso para la mayoría de la gente. Mientras la élite política y económica se deleita con los beneficios, las rentas y el robo que sigue extrayendo de la población dividida y desesperada, los lazos sociales se deterioran y continúa el deslizamiento hacia el nuevo autoritarismo capitalista o el sistema del totalitarismo moderno, como lo llaman algunxs de nuestrxs compañerxs.

Sin embargo, no siempre fue así en nuestra parte de los Balcanes. De hecho, hace relativamente poco tiempo, las cosas parecían muy diferentes. La historia reciente de nuestra geografía ha sido testigo de una auténtica lucha popular revolucionaria partisana contra la ocupación nazi y fascista durante la II Guerra Mundial que dio lugar a la formación de un régimen autoritario socialista y multinacional con tintes liberales y una sociedad multicultural pro-ateísta. Este régimen se conocía con el nombre de Yugoslavia (República Federal Socialista de Yugoslavia) y ya no existe. Para generaciones enteras significó un aumento espectacular de su nivel de vida, el reconocimiento de los derechos de la mujer, el establecimiento de sistemas de sanidad pública, educación, vivienda social y otros logros materiales que deberían reconocerse como socialmente progresistas incluso desde el punto de vista contemporáneo.

A pesar de la sincera inversión de gran parte de la población en Yugoslavia como proyecto político y social, seguía siendo un sistema de partido único, con un aparato represivo claramente formado cuyo objetivo era impedir la aparición de cualquier competencia política viable. También era un sistema en el que la narración histórica de la resistencia antifascista era propiedad del partido comunista, que emergía de ella como la fuerza más dominante con diferencia, y en el que no había mucha organización política fuera de las estructuras oficiales. Yugoslavia fue un sistema dinámico que cambió mucho desde su establecimiento a través de la resistencia partisana en la II Guerra Mundial hasta su colapso al final de la Guerra Fría a principios de la década de 1990. En el plano de las relaciones internacionales, se produjo una ruptura con la Unión Soviética en 1948, una afiliación estratégica al movimiento de los No Alineados, en el que fue uno de los principales protagonistas, y relaciones de asociación en diferentes ámbitos, incluido el económico, científico y académico, con muchos países del llamado Occidente, entre ellos Alemania y Estados Unidos, y con muchos de los países del llamado «bloque del Este» y, por supuesto, con el resto del mundo. Internamente, Yugoslavia experimentó oleadas de liberalizaciones políticas, pero también regresiones ocasionales. La gradual integración económica con Occidente se manifestó también en unos niveles relativamente altos de emigración. A medida que el régimen fronterizo se fue liberalizando, la vida cotidiana, las influencias culturales y las condiciones de trabajo y estudio siguieron el mismo camino.

Es justo decir que Yugoslavia también se caracterizó profundamente por un culto a la personalidad de Josip Broz -Tito que dirigió tanto el Partido Comunista como el Estado hasta su muerte en 1980. Fue fundamental en los numerosos rituales a través de los cuales se proclamó y reprodujo la ideología oficial del socialismo de Estado. Es importante destacar que algunos de los elementos centrales de esta ideología, como la autogestión de lxs obrerxs, el anti-nacionalismo, la universalidad de los derechos y prestaciones y la liberación de la mujer, también resonaban fuertemente con los valores y perspectivas de una gran parte de la población. Aunque muchxs individuxs se distanciaran de la sobrecarga ideológica de los rituales del régimen, seguían asumiendo gran parte del contenido como propio. Por ejemplo, Hermandad y Unidad era un lema oficial del régimen, muy utilizado en la vida política cotidiana. Pretendía transmitir el mensaje de que la afirmación del carácter multicultural de Yugoslavia era el pilar fundamental sobre el que se construía todo lo demás. Pero no era sólo un eslogan que repitieran ritualmente lxs funcionarixs, era al mismo tiempo una articulación de lo que una gran parte de la población sentía sinceramente. Prueba de ello es que la noción de «Hermandad y Unidad» sigue viva en todo el territorio de la antigua Yugoslavia incluso más de treinta años y una guerra devastadora después.

Hace tres décadas, y en el contexto del final de la Guerra Fría, Yugoslavia fue destruida por la guerra. Curiosamente, esto ocurrió exactamente en el momento en que la integración en el mercado capitalista global se convirtió en la luz que guiaba a la recién reconstituida clase dominante, no sólo en nuestra región, sino también en el resto de Europa del Este y en todo el mundo. Aunque los procesos exactos, lxs actores/actrices y las posibles agendas ocultas todavía permanecen enterradxs en las turbias aguas de la historia de la transición al mundo de la posguerra fría, a nosotrxs las explicaciones de lo ocurrido que se basan en el mito de la «realización de sueños nacionales largamente acariciados» que durante décadas se nos ha impuesto a muchxs de nosotrxs -al menos en Eslovenia y Croacia- no nos parecen ni plausibles ni algo con lo que podamos identificarnos. En cualquier caso, hoy vivimos como herederxs de la destrucción violenta -deliberada o involuntaria- de una sociedad multinacional que se hizo realidad en nombre de la nación, la religión, el libre mercado y la libertad individual.

Todavía hoy, décadas después del fin de los enfrentamientos militares que llevaron a las salas de estar de todo el mundo imágenes y testimonios de genocidio y limpieza étnica, las generaciones siempre nuevas de amplias zonas de la antigua Yugoslavia crecen con la sensación de una enorme pérdida y con la falta de oportunidades locales para vivir libres de pobreza, violencia, chovinismo y explotación. Es cierto que existen diferencias tangibles entre las distintas partes de la región, pero ninguna escapó realmente a los numerosos escollos de una nueva era y ninguna evitó la restauración del capitalismo, causa última de las fuerzas más devastadoras que están desgarrando las sociedades. Las siete nuevas entidades estatales nacieron en medio de un frenesí nacionalista bien documentado que provocó un inmenso sufrimiento a muchxs de sus respectivxs residentes. Todos siguen siendo ricos cotos de caza para fundamentalistas religiosxs, nacionalistas y otrxs mercaderes de la mentira, el dolor y la gratificación inmediata. Además de todo esto, hemos asistido al auge del individualismo, el consumismo y la destrucción de las narrativas históricas de solidaridad construidas tras la Segunda Guerra Mundial, las mismas narrativas que durante casi medio siglo fomentaron fuertes vínculos entre individuxs de diferentes identidades étnicas, lingüísticas y religiosas.

Si hablamos de guerra es porque la guerra se ha entretejido en el tejido social cotidiano de nuestra geografía. Es porque todavía nos afectan las consecuencias de la que ocurrió dentro de la memoria viva. Y sí, algunxs de nosotrxs la experimentamos en forma de bombas cayendo sobre las ciudades en las que hemos vivido, en forma de familiares movilizadxs, en forma de amigxs desertando de las fuerzas militares, en forma de nosotrxs mismxs convirtiéndonos en refugiadxs o emigrantes económicxs, buscando la manera de crear una nueva vida en un nuevo entorno. Además, si hablamos de guerra, es también sobre la base de otra guerra, la que vivieron nuestrxs abuelxs y que ellxs convirtieron en una guerra revolucionaria de liberación de la ocupación nazi y fascista que, precisamente por su carácter explícitamente revolucionario, fue capaz de establecer las condiciones para el surgimiento de una sociedad más igualitaria y justa después de la guerra. Es cierto que la sociedad que se construyó en torno al modelo de un Estado de partido único nunca podría haber conducido a un sistema antiautoritario de comunas autoorganizadas. Sin embargo, el hecho fundamental es que las muchas ideas valiosas que se hicieron realidad en gran medida una vez ganada la paz, como la solidaridad que trascendía las identidades étnicas, lingüísticas y religiosas y la relativa liberación de la mujer, se entretejieron en la propia lucha armada desde sus inicios.

Si a veces mencionamos que nosotrxs también somos de Europa del Este es porque así es como nos han categorizado lxs gobernantxs del mundo. De hecho, Eslovenia entró en la UE y en la OTAN como parte de la primera oleada de expansión de la UE a Europa del Este en 2004. Si hacemos referencia a las experiencias del socialismo y el postsocialismo es porque seguimos viviendo en una sociedad profundamente marcada por el legado de ambos y tenemos una o dos reflexiones que compartir sobre todo ello. Como al reflejar otros acontecimientos históricos, aceptamos la existencia de contradicciones y matices, al tiempo que rechazamos firmemente las vulgarizaciones y las simplificaciones excesivas.

Estas son algunas de las comprensiones que se entretejen en nuestras reflexiones.

Capitalismo, crisis, fin del neoliberalismo y guerra

En su búsqueda de la acumulación interminable de capital y de un crecimiento económico sin límites, el capitalismo ha surgido como un sistema global impulsado por la explotación incesante de lxs trabajadorxs, de otrxs animales humanxs y no humanxs y de la naturaleza. A pesar de ser un sistema global no está construido sobre la armonía de todas las partes, sino sobre la lógica de la competencia que se da en todos los niveles: competencia dentro de una empresa, competencia entre empresas individuales, competencia entre centros de poder capitalista y no es de extrañar en absoluto que una de las fantasías fundamentales del capital sea imponer a la clase trabajadora las condiciones de la competencia más brutal por necesidades vitales como la alimentación, el alojamiento y las relaciones sociales.

Aunque la creencia en un crecimiento económico ilimitado es la premisa ideológica central del sistema capitalista, los límites a la expansión de hecho existen y también los límites a la expansión del dominio bajo control específico del poder capitalista. Ya sea en forma de resistencia o de disponibilidad limitada de trabajadorxs, de recursos naturales limitados, de escrituras económicas defectuosas en las que se basa para su reproducción o en forma de un centro competidor del poder capitalista, lxs gestorxs del sistema capitalista están siempre acechados por el doble espectro de las crisis y la expansión. De hecho, toda su historia se caracteriza por un largo viaje de una crisis destructiva a la siguiente. Sólo en la última década y media, la crisis ha recibido diferentes nombres, por ejemplo, crisis económica, crisis migratoria, crisis de la Covid-19, crisis climática. A pesar de los diferentes nombres, la reacción de las autoridades ante estos desafíos supuestamente tan diferentes ha sido sorprendentemente similar: enorme inversión en esfuerzos propagandísticos para imponer una narrativa monolítica, fortalecimiento de las diversas estructuras estatales y paraestatales de represión, vigilancia y control, militarización, digitalización y burocratización, innovaciones y afianzamiento de las políticas de odio, violencia y exclusión, persecución de la oposición social e inmensa destrucción de vidas humanas y de animales no humanxs.

Con el fin de la era neoliberal del sistema económico mundial, sus promesas ideológicas quedan expuestas en todas partes como palabras vacías. La propia clase dominante es muy consciente de que no sólo ya no puede garantizar nada a la gran mayoría de individuxs a lxs que quiere dominar, sino que cada vez es más incapaz de ocultarlo. Bajo el sistema actual, ya no hay, ni siquiera según las proclamas oficiales, ninguna oferta de sanidad asequible, seguridad, vivienda, educación, reparto justo de la tarta, y mucho menos prosperidad del tipo que era característico de los estados del bienestar de la posguerra. Lo que la clase dominante ofrece hoy en día son sucesivos estados de emergencia, austeridad, una mayor privatización de los servicios públicos, militarización y un enorme aumento del alcance y la brutalidad de la actuación policial. Incapaces ya de ofrecer siquiera el nivel de prosperidad anterior, las autoridades de todo el llamado Occidente recurren cada vez más a la violencia pura y dura y a otros métodos autoritarios sólo para mantenerse en el poder. El régimen de la Covid-19 fue la expresión más clara hasta la fecha de los mecanismos de la nueva y extremadamente represiva normalidad, que ya no se limita únicamente a aquellos que, desde el punto de vista de las estructuras racistas, patriarcales y autoritarias de otro tipo, se consideran marginales y, por tanto, objetivos válidos de la violencia estatal.

A medida que la utopía neoliberal del libre comercio mundial se derrumbaba bajo las contradicciones entre la ideología y las consideraciones geopolíticas más amplias de sus principales protagonistas -los EE.UU.-, el proteccionismo económico ha vuelto a surgir como punto de encuentro de los centros de capital en competencia, todos ellos compitiendo por ventajas competitivas y, por tanto, por su propia supervivencia. Siguiendo la lógica de hierro de la competencia capitalista y en resonancia con los acontecimientos históricos de hace más de un siglo, los nuevos bloques económicos, políticos y finalmente militares se están uniendo y maniobrando para asegurar lo que consideran sus intereses geopolíticos y económicos existenciales. Dondequiera que haya reivindicaciones contrapuestas, la opción de la guerra, la más absoluta de todas las crisis, se pone sobre la mesa de quienes toman las decisiones en nombre de la clase dominante. Así, después de tantas otras geografías antes, también Ucrania se ha añadido ahora a la larga lista de teatros de guerra. El hecho de que las consideraciones que tendrían en cuenta el bienestar de la mayoría de la población no cuenten mucho en estos juegos geopolíticos de la clase dominante es en sí mismo un testimonio de lo enorme que es hoy la brecha entre gobernantxs y gobernadxs.

La guerra en Ucrania se libra entre una alianza militar transnacional existente al servicio del sistema mundial unipolar liderado por Estados Unidos, por un lado, y la emergente alianza económica transnacional con aspectos militares al servicio del sistema mundial multipolar abrazado por Rusia, China y otras poderosas potencias capitalistas, por otro. A pesar de la importancia de los factores locales, la guerra en Ucrania no se basa en un conflicto político local. Más bien, Ucrania, su población, su paisaje, sus recursos, ciudades y campos fueron elegidxs como terreno de un enfrentamiento militar entre dos poderosos centros capitalistas. Así pues, desde el punto de vista geopolítico, el núcleo de la cuestión no es Rusia contra Ucrania ni, por supuesto, rusxs contra ucranianxs. Se trata de una batalla entre centros de poder económico y político que se alinean con dos modelos opuestos de sistema político mundial y tienen a su disposición las herramientas militares y de otro tipo para hacer valer sus respectivas reivindicaciones. A pesar de las muchas diferencias en sus modelos económicos y políticos, ambos modelos están arraigados en el capitalismo, el militarismo, el nacionalismo y, por tanto, en la necesidad de explotación y destrucción a gran escala. Así pues, la guerra en Ucrania no es una guerra entre individuxs, sino una guerra entre grandes sistemas de dominación capitalista. En ella sólo mueren individuxs.

Al pensar en la guerra no debemos olvidar que la paz no significa necesariamente la ausencia de guerra. También puede significar que la guerra que libra un determinado centro de poder tiene lugar muy lejos. Esta es la verdad de la aparente paz y democracia que supuestamente reina y ha reinado durante muchas décadas en el llamado Occidente. Lo que se olvida convenientemente es que prácticamente todos los Estados del llamado Occidente han construido su éxito económico y su aparente prosperidad mediante la explotación y la conquista. La mayoría de estos Estados se construyeron sobre crímenes sistemáticos contra una parte de la población sobre la que se impusieron. Esto es cierto incluso para una diminuta e insignificante Eslovenia que, tras asegurar su independencia, ha despojado a decenas de miles de sus residentes de sus derechos legales en una operación administrativa claramente racista. Es el caso de una Croacia minúscula e insignificante cuya actual clase dirigente se impuso mediante una guerra nacionalista que sirvió de pantalla, tras la cual se llevó a cabo una limpieza étnica a gran escala de su territorio, durante la cual varios cientos de miles de individuxs fueron expulsadxs de sus tierras por motivos racistas y cientos, si no miles, murieron al margen de cualquier batalla militar. En los casos de muchos otros Estados ha adoptado otras formas mortíferas: colonización, genocidios, terror organizado y mutilaciones, esclavitud, supresión brutal de comunidades lingüísticas y culturales distintas enteras y muchas otras.

Además, la guerra no es la única forma de terror y su evidente brutalidad no debería significar que todas las demás formas de violencia estructural organizada por el Estado deban ser ignoradas. Incluso hoy en día, y probablemente más que en un pasado no muy lejano, podemos ver que la gran parte de la mano de obra de Europa está formada principalmente por mano de obra muy mal pagada procedente de países de la periferia o de fuera, condiciones que en muchos casos se describen legítimamente como esclavitud moderna. Esto confirma el hecho ya prácticamente indiscutible de que cualquier potencia capitalista necesita un suministro regular de mano de obra barata y un acceso fiable a los recursos naturales, no sólo el litio y otros metales preciosos tan de moda hoy en día, sino también agua limpia y suelo fértil. Mientras no se desmantele el capitalismo como sistema mundial, los Estados seguirán siendo el mecanismo a través del cual una ínfima minoría impone un dominio autoritario sobre el mundo de tal manera que requiere la guerra para reproducirse. Así, se puede afirmar de nuevo que el capitalismo es la guerra.

Lxs anarquistas y la Guerra

Para nosotrxs, el enemigo en esta guerra es la guerra misma. Para nosotrxs, el enemigo son los Estados, que necesitan la guerra para imponerse a la población. Para nosotrxs, el enemigo es el capitalismo que necesita Estados y guerras para perpetuar su dominio sobre el mundo. Para nosotrxs este es el núcleo del análisis y la política anarquista. Sin ellos, el anarquismo como posición y práctica política clara y específica no tiene sentido práctico ni teórico.

Reconocemos absolutamente el derecho de cada individux y comunidad a defenderse contra cualquier tipo de violación de su libertad. Una invasión militar y la posterior ocupación impuesta por una entidad extranjera no invitada y no bienvenida es sin duda un claro ejemplo de exactamente tal violación que ha tenido lugar en Ucrania. Si, en estas circunstancias, lxs individuxs -independientemente de su supuesta afiliación política- deciden unirse a las distintas fuerzas militares bajo el mando del Estado de Ucrania (o de cualquier otro Estado), no vamos a sermonearles que no lo hagan. Por supuesto, corresponde a cada individux, comunidad y grupo político hacer sus propias evaluaciones y tomar las decisiones correspondientes en relación con su autodefensa.

Apoyamos la autodefensa popular y la vemos como un elemento integral de las luchas en defensa de las conquistas sociales, políticas y de otro tipo ya conseguidas o en la creación de condiciones en las que puedan alcanzarse dichas conquistas. Para nosotrxs, la autodefensa popular se refiere a un conjunto de muchas actividades diferentes llevadas a cabo de forma que permitan una práctica política, social, económica y militante autónoma en adhesión a los principios de la autoorganización antiautoritaria. Aunque pueda adoptar la forma de lucha armada organizada, es antimilitarista en el sentido de que se basa en la participación voluntaria, no reivindica ninguna autoridad sobre la población no combatiente y su objetivo último es la disolución de un sistema que necesita la guerra y las estructuras militares para reproducirse.

Reconocemos humildemente que actualmente esto tiene una aplicación práctica limitada en nuestras circunstancias inmediatas, pero también que podría no seguir siendo así siempre. Además, como parte de un movimiento anarquista tratamos continuamente de aprender de la historia, incluyendo la historia de las revoluciones populares, y de las experiencias contemporáneas de nuestrxs compañerxs que están comprometidxs en luchas por la dignidad y la vida. Es sobre la base de estas reflexiones que afirmamos que no sólo como una cuestión de principios, sino también como una cuestión de análisis, no creemos que tomar las armas en una mano mientras se blande una bandera nacional en la otra o aceptar el mando de lxs que lo hacen pueda traer nada más que una reproducción de la sociedad basada en el nacionalismo, el patriarcado y la explotación. De acuerdo con lo que hemos podido entender hasta ahora sobre el conflicto militar en Ucrania, no vemos que la participación como parte de las fuerzas armadas del Estado ucraniano o en una coalición militar bajo su mando sea coherente con ningún modelo de autoorganización antiautoritaria que podamos imaginar. Sin embargo, entendemos y respetamos el impulso de muchxs hacia la autodefensa que les lleva a tomar la decisión de unirse a la lucha armada contra las fuerzas invasoras. Pero hacer esto como parte del ejército nacional o como su apoderado y bajo el mando de sus oficiales no es política anarquista y no puede articularse como tal.

En caso de que Rusia se proclame vencedora en esta guerra, no cabe duda de que esto no traerá consigo condiciones favorables para el desarrollo de ningún tipo de proyecto revolucionario anti-capitalista. Pero incluso en el caso de la supuesta victoria de Ucrania y sus «aliados occidentales» es ilusorio esperar que surja algo de este tipo. De hecho, exactamente en el contexto de una guerra entre bloques de poder capitalista en competencia, la bandera de la clase obrera revolucionaria transnacional comprometida en la lucha de clases debería situarse explícitamente en el centro de cualquier actividad militante. Es la única bandera bajo la que lxs obrerxs, lxs combatientes y el resto de la población de ambos lados del frente pueden luchar juntxs por la vida y contra su enemigo mutuo: los mandos militares y sus jefxs.

Nos oponemos firmemente a la creación y reproducción de cualquier imagen pública simpatizante de la guerra. Observamos que, a pesar de que esta imaginería se basa en gran medida en valores patriarcales, se difunde también por todos los medios de comunicación supuestamente progresistas. Imágenes de guerrerxs machistas en todo tipo de situaciones románticas, imágenes que contrastan con el discurso de lxs «vergonzosxs desertorxs» y de aquellxs que se atreven a cuestionar la implicación en la masacre en curso. En correspondencia con esto, observamos una negación prácticamente total de la existencia de la deserción «en el propio bando». El derecho a una vida fuera de la guerra tiene que ser reconocido para todxs, no dependiendo de su género, edad o estatus social.

Nos oponemos firmemente a la distinción y promoción de lxs «refugiadxs buenxs» en comparación con lxs «refugiadxs malxs» que hemos visto inmediatamente después del comienzo de la actual invasión rusa en Ucrania. Hemos asistido a otra confirmación contundente de que el sistema migratorio europeo se basa en prejuicios raciales y religiosos y diferencia entre lxs refugiadxs en función del color de su piel y de su supuesta afiliación religiosa. La violencia sistemática ejercida directamente por los Estados de la Unión Europea o en su nombre contra lxs refugiadxs y otrxs migrantes de diversos países que hemos visto en al menos 20 años ha convertido la vida en un infierno en la Tierra para millones de indiviudxs, que huyen de la guerra y son recibidxs con una mayor deshumanización y nuevas trampas mortales. No podemos acomodarnos a un mundo en el que la empatía y la solidaridad se basen en el pasaporte que unx tenga, la lengua que hable o el lugar de nacimiento. No aceptaremos que un/x individux de Siria sea menos dignx de un hogar seguro y nutritivo que un/x individux de Ucrania, no aceptaremos que un/x individux que huye de Ucrania valga menos que un/x individux que huye de Siria. Los principios de solidaridad o se aplican universalmente o no se aplican en absoluto.

Rechazamos en los términos más absolutos cualquier especulación con la guerra. No apoyamos la producción y el comercio de armas controlados por el Estado y que sirven principalmente a los intereses de lxs accionistas del complejo militar-industrial. Las armas, la industria bélica y las alianzas militares son el problema, no la solución. Por eso rechazamos la adquisición y venta de armas y todas las demás formas de fortalecimiento del aparato bélico. Nuestra solidaridad no es con los Estados y sus ejércitos que ahora miden las fuerzas de sus armas de destrucción masiva en Ucrania. Nuestros intereses no pueden alinearse con lxs especuladorxs de la guerra que ya están haciendo grandes ganancias y se frotan las manos ante la promesa de una larga guerra con interesantes oportunidades. Nuestra solidaridad sin límites es con todxs lxs que están sufriendo las consecuencias de la guerra a todos los lados del frente. Somos solidarixs con todxs lxs que alzan su voz contra la guerra y con lxs que no ponen su propio cuerpo a disposición de la maquinaria bélica y con lxs que se convierten en blanco de la represión precisamente por su resistencia a la guerra. Como nosotrxs, no querían la guerra, no la buscaban, pero se han convertido en sus prisionerxs y cautivxs.

Nos oponemos a la normalización del discurso de los preparativos para otro gran conflicto futuro, una normalización que está creando la ilusión de que la única respuesta a la guerra es más guerra, más tanques, más armas, más munición, más sumisión a los planes de los mandos militares. Por el contrario, necesitamos un compromiso serio con la cuestión de cómo cambiar radicalmente la sociedad para desmantelar las condiciones de la guerra. Creemos que este es uno de nuestros principales objetivos como grupos, organizaciones y redes políticas anarquistas. Para hacer esto de manera efectiva debemos entender cuáles son estas condiciones y qué se puede hacer al respecto. Entre ellas destacan el patriarcado, el nacionalismo, la empatía y la solidaridad selectivas, la militarización y la securitización. Todas ellas son herramientas de la lucha de clases que la clase dominante utiliza para dividir a la clase trabajadora y mantenerla sometida a los intereses del capital, mientras ellxs -la clase dominante- cosechan los dividendos. Todas deben ser continuamente rechazadas, resistidas y desmanteladas en todas sus múltiples manifestaciones localizadas. Sabemos que esto es más fácil de escribir que de hacer, pero creemos que no hay otra herramienta a nuestra disposición que pueda bloquear la perpetuación de la guerra y el militarismo. También creemos que cualquier grupo anarquista, incluso el más pequeño y en el contexto menos favorable, puede llevar a cabo esfuerzos significativos de este tipo que, a largo plazo, pueden marcar una diferencia tangible en la comunidad inmediata e incluso en la sociedad en su conjunto. En cierto sentido, una guerra sólo puede empezar cuando y donde muchas de las condiciones que acabamos de esbozar se normalizan y naturalizan. Sólo cuando la guerra se implanta con éxito en las mentes de lxs individuxs como algo necesario, viable, honorable y justo, incluso alegre y aventurero, se convierte también en una posibilidad práctica.

En nuestras filas y en nuestros movimientos hermanos más cercanos tenemos compañerxs que vivieron directamente las guerras de los años 90 en Yugoslavia, así como el bombardeo de la OTAN sobre Yugoslavia en 1999. Compartimos nuestras veladas y espacios sociales con individuxs que vivieron las guerras en Siria y en Palestina/Israel. Lo que todxs ellxs nos enseñan es que, incluso en los peores momentos, es posible adoptar una firme postura anti-nacionalista y antimilitarista y actuar conforme a los principios éticos más universales. Es cierto que el precio que hay que pagar por ello no suele ser pequeño: pobreza, exclusión social, aislamiento por parte de la sociedad en general, emigración forzosa y represión directa. Pero es el precio que han pagado y siguen pagando muchxs en las guerras de todo el mundo. Mientras Yugoslavia se desgarraba, hemos visto cómo una solidaridad transnacional y local ayudaba a la gente a sobrevivir y mantener su dignidad en la peor de las situaciones. La deserción estaba relativamente extendida en todos los bandos del conflicto. En Serbia, unidades militares enteras con cientos de soldadxs se negaron a ir al campo de batalla. Mientras las autoridades buscaban soldadxs en las calles y en los bares, muchxs se escondieron y muchos escaparon del país. Para ello contaron con el apoyo de familiares, amigxs, vecinxs y otrxs individuxs que, todxs juntxs, habían creado el tejido de la resistencia social contra la guerra que la élite nacionalista les imponía. En aquellos tiempos difíciles, fueron la autoorganización y la solidaridad dentro de las comunidades las que mantuvieron con vida a muchxs individuxs y, sobre todo, las que les proporcionaron una fuente de dignidad cuando la llama de la guerra se apagó. Es a partir de estas experiencias que reconocemos que entre las cosas más tangibles que podemos hacer muchxs de nosotrxs está ofrecer ayuda y apoyo a lxs desertorxs de todos los ejércitos y a lxs que huyen del reclutamiento forzoso. Y si la situación se presenta debemos convertirnos nosotrxs mismxs en estxs desertorxs y objetorxs militares.

Como ocurre con otras guerras, también la de Ucrania plantea la cuestión central qui bono: ¿quién sale ganando? Aunque no podemos predecir con certeza cómo se desarrollará el gran juego geopolítico, lo que ya está claro es que no habrá ganadorxs entre la población general. No habrá prosperidad, libertad ni posibilidad de autodeterminación. En ausencia de un futuro significativo, el patriarcado, el nacionalismo, el fundamentalismo religioso y otros sistemas de opresión se impondrán aún más sobre la población. Donde durante generaciones hubo una realidad multilingüe, prosperará el monocultivo cultural. Tal vez incluso, como han escrito lxs zapatistas, después de la guerra no habrá paisaje. La guerra podría extenderse a otras geografías y nuevos ejércitos podrían unirse abiertamente a la lucha. Esto garantizará aún más la interminable producción de población refugiada, que será succionada por el capital de la UE como mano de obra barata que desde su punto de vista racista esta vez será blanca y por lo tanto mucho más bienvenida. Suponemos que la paz será aceptada sólo después de que los acuerdos de armas se lleven a cabo con éxito y el control sobre el suelo fértil de Ucrania se divida de una manera satisfactoria para lxs inversorxs, que están a la caza de los beneficios saludables que se asegurarán lxs gobernantxs del Estado ucraniano, que probablemente prometerán y posiblemente financiarán todo lo que puedan sólo para asegurar supuestamente su propio futuro personal y político. Todos estos tejemanejes, por supuesto, tienen lugar sin tener en cuenta las consecuencias que recaerán sobre la población general de Ucrania, que finalmente tendrá que pagar por todo ello de muchas formas. Cuando en las ruinas de la guerra por fin se acuerde la paz, la gente intentará reconstruir sus vidas cargando con enormes deudas para pagar todas las armas «donadas», llorando la pérdida de familiares y amigxs…. Lo que se les ofrecerá será una reconstrucción impulsada por el capital con toda la brutalidad conocida: privatización de los servicios y recursos públicos, mayor desmantelamiento de los derechos de lxs obrerxs, muchos de los cuales ya han sido suspendidos bajo la bandera de la «necesidad de la economía de guerra», individualización, austeridad, repatriarcalización, renovación religiosa, etc. Que este horizonte no es una fantasía pesimista lo confirma de entre todas las demás fuentes el propio Estado ucraniano, ya que poco después de que comenzara la invasión lanzó una campaña publicitaria dirigida al capital inversor del llamado Occidente cuyo argumento central era que Ucrania ofrece una gloriosa oportunidad de inversión para quienes estén dispuestxs a asumir el riesgo. Esto ofrece una pista de que el futuro por el que se está luchando en Ucrania no es algo que la mayoría de la población pueda esperar. Equivale a una promesa de una zona económica especial, al servicio de los intereses del capital, en la que, una vez más, lxs individuxs se ven reducidxs a mano de obra barata y altamente explotable.

Una vez más, expresamos nuestro apoyo a cualquier práctica de autodefensa antiautoritaria autoorganizada y organización comunal en las zonas directamente afectadas por la guerra, siempre que se basen en claros principios antinacionalistas. Expresamos además nuestra disposición a construir una solidaridad concreta con lxs compañerxs implicadxs en tales proyectos. También queremos señalar explícitamente que cualquier nuevo modo en el que Ucrania se integre en el sistema capitalista global implicará la necesidad de una autoorganización obrera a gran escala, ya que ésta será la única palanca de la que dispondrán lxs obrerxs para hacer retroceder los conocidos esquemas depredadores de la economía de guerra y posguerra. Somos muy conscientes de que la maquinaria propagandística de todos los Estados implicados nos mantendrá a oscuras sobre la existencia de cualquier proyecto de este tipo en el territorio de Ucrania (o en cualquier otro lugar). Esta es la razón por la que insistimos en que el movimiento anarquista en todas partes debe invertir continuamente en la construcción de redes estables de intercambio de información, debate y coordinación. Son ellas las que pueden ofrecer una posibilidad de análisis y acción independientes cuando la proverbial mierda golpea el ventilador. Cuando comiencen las hostilidades puede que ya sea demasiado tarde. Por eso hay que hacerlo mientras haya tiempo, pero siempre es mejor empezar tarde que no empezar.

La guerra no se está librando sólo con bombas y tanques, y no sólo en territorio ucraniano. Una parte importante de la guerra se libra en sociedades aparentemente alejadas de los escenarios de violencia directa. Allí adopta la forma de producción y tráfico de armas, promoción del nacionalismo, propaganda, represión, racismo, tratamiento selectivo de las víctimas de la guerra, prohibición de la libertad de expresión, financiación de campañas de armamento y muchas otras. Rechazar la guerra es rechazar todas las formas en que se produce y en todas partes donde se produce.

También hay que decir que, al fin y al cabo, para nosotrxs no se trata de un debate abstracto que podamos concluir con algunas declaraciones y luego pasar a otras cosas. Es exactamente lo contrario. Vivimos en una parte del mundo en la que la guerra no sólo es una experiencia vivida por muchxs, sino también un futuro muy realista. Ya cuando se produce cualquier tipo de movilización social masiva contra la clase política y su capitalismo, esa misma clase política evoca rápidamente el espectro de la guerra, como ocurre tan a menudo en Bosnia-Herzegovina. Se utiliza como advertencia de lo que puede ocurrir si lxs obrerxs exigen demasiado. Otro claro ejemplo de que la amenaza de guerra se utiliza regularmente como herramienta política es Serbia. Siempre que existe algún tipo de peligro más serio de que el gobierno pierda el control prácticamente total sobre la narrativa dominante en cualquier cuestión social importante, dirige la atención a las numerosas cuestiones sin resolver en torno a Kosovo. A menudo se envía al ejército a la frontera, se realizan ejercicios militares, se declara un mayor estado de preparación, se hacen proclamaciones de lucha. Todo esto suele tener su reflejo en la parte kosovar y, a menudo, es esta última la que proporciona el aparente punto álgido de la confrontación. Al cabo de días o semanas, la situación vuelve a calmarse. Hasta que, por razones de política interna, vuelve a estallar. Pero el carácter ritual casi grotesco de esta dinámica que se prolonga desde hace años no significa que los trucos baratos de relaciones públicas no puedan descontrolarse. Por eso, la forma en que la guerra está siendo rutinariamente exhibida ante el público nacional en varias partes de los Balcanes no debe ser vista simplemente como un truco barato de propaganda. La amenaza es real y proviene exactamente de aquellxs que son capaces de cumplirla. Procede de élites nacionalistas firmemente establecidas que han demostrado ser incapaces de ofrecer nada más al pueblo que odio, banderas nacionales y nacionalismo. Cuando pierdan legitimidad, es probable que recurran a las mismas herramientas que les llevaron al poder en primer lugar. Una de ellas es la guerra. Lo mismo puede ocurrir si aceptan de buen grado o se ven obligados a desempeñar un papel secundario en las grandes luchas geopolíticas por parte de una u otra de sus superpotencias benefactoras mundiales.

En un contexto geopolítico volátil, todo tipo de tensiones políticas pueden desembocar en una guerra. A pesar de los cálculos de lxs gobernantxs para que esto ocurra la población que ya ha sufrido tanto tiene que ser convencida de que el nuevo conflicto contra algún «otro» tiene sentido o tiene que ser forzada a aceptarlo. En cualquier caso, el objetivo de lxs anarquistas y otrxs antinacionalistas de los Balcanes debería ser no permitir que esta artimaña prevalezca de nuevo. Por eso defendemos y participamos en la construcción de redes transnacionales. Por eso nos reunimos, nos comunicamos, aprendemos, tendemos puentes de apoyo y lucha y nos empleamos en proyectos conjuntos. Por eso alentamos incluso los gestos aparentemente más pequeños de deslealtad a las narrativas oficiales. Por eso, cada vez que nos encontramos en medio de una auténtica agitación social, nos oponemos sistemáticamente al uso de banderas nacionales en las calles, al uso de cualquier tipo de designación étnica y al uso de otros símbolos y otras expresiones de la ideología nacionalista. Para nosotrzs, las banderas estatales, incluidas las de Eslovenia y Croacia, significan los crímenes sobre los que se construyeron y se siguen construyendo. No sentimos ninguna lealtad a la nación eslovena o croata y para nosotrxs la única comunidad a la que reclamamos lealtad es la que se está constituyendo a través de la lucha mundial contra la opresión. Estamos convencidos de que no se puede conseguir mucho cuando unx se aísla en su propia geografía. También creemos que no se puede conseguir mucho si unx se separa de la sociedad y de las luchas sociales.

En un clima de guerra, es importante crear espacios de resistencia antiautoritaria contra todo lo que la posibilita y la impulsa. Luchar contra los Estados que reclaman los territorios en los que vivimos, contra lxs militares que intentan movilizarnos, contra la industria militar que se alimenta de la riqueza que producimos, contra lxs gobernantxs que pretenden gobernar en nuestro nombre y contra todo lo que permite que la guerra prospere. Entre los espacios en los que es necesario estar presentes y activxs se encuentran también el espacio del debate público, por un lado, y el espacio del movimiento anarquista y antiautoritario, en particular. Creemos que sigue siendo importante el intercambio autoorganizado de información, puntos de vista y organización para ofrecer solidaridad práctica a todxs aquellxs que más la necesitan en esta difícil situación. No rehuimos un debate abierto, de hecho apreciamos cualquier oportunidad en la que se cuestionen nuestros puntos de vista y posiciones en un entorno respetuoso y de compañerismo. Sin embargo, no aceptamos ni aceptaremos durante un proceso común de debate ningún tipo de actitud condescendiente o chantaje emocional. Sabemos que es demasiado lo que está en juego como para dejar que sólo nuestras emociones cieguen nuestra visión y nos paralicen en momentos históricamente críticos y por lo demás importantes.

No nos hacemos ilusiones: esta guerra en Ucrania continuará durante mucho tiempo. Además, habrá otras guerras que se añadirán a la ya larga lista mientras prospere el capitalismo. Ya desde el inicio del proceso de redacción de este texto hasta la versión actual estalló una nueva guerra en Sudán. Para luchar continuamente contra esta realidad monstruosa necesitaremos toda nuestra imaginación y audacia, todo nuestro análisis de los acontecimientos tanto históricos como actuales, nuestros cuerpos, nuestros corazones y necesitaremos compañerxs. Esperamos sinceramente seguir encontrándolxs en todo el mundo y que ellxs nos encuentren a nosotrxs en la lucha presente y futura para abolir las condiciones de guerra en todas partes.

¡Combate el nacionalismo, el patriarcado, el imperialismo y la guerra!

¡Solidaridad con la clase obrera oprimida en Ucrania y Rusia!

¡Desmonta las fronteras!

¡Por la solidaridad obrera internacional!

¡Abolición de las condiciones de guerra!

¡Destruye el capitalismo!