La Internacional de Federaciones Anarquistas proclama, para los anarquistas, la libertad de escoger todo medio de acción que no esté en contradicción con los principios libertarios y las finalidades perseguidas por el movimiento. Que sea individual, minoritaria o de masas, violenta o pacifica, reivindicativa o revolucio- naria, legal o clandestina, la acción anarquista debe reflejar en ella misma la altura moral de los postulados fun- damentales del anarquismo.
El derecho, individual y colec- tivo, a la insubordinación, a la revuelta y a la insurre- cción es imprescriptible e incodificable. Es un hecho natural y espontáneo. Los anarquistas, organizados en la IFA, que se interesan verdaderamente por el problema de la revolución, es decir, la supresión del privilegio económico, social y cultural, tienen conciencia de que se emplazarán en una situación de violencia.
Para los anarquistas, existe un problema ético en la utilización de una violencia que no puede confundirse con la fuerza pública, legalizada por el poder del Estado y del Capital; no tiene equivalente con la brutalidad que los referidos imponen diariamente y de forma sistemática contra los individuos. Esta violencia del Estado, cuyo fundamento cultural debe buscarse en el patriarcado, causa de otra violencia, encuentra su expresión más consumada a través de la militarización creciente de la sociedad.
La IFA rechaza las formas de acción política fundadas sobre la violencia ciega e innecesaria, la ausencia del respeto a la dignidad humana de sus enemigos mismos y mucho más de los neutros e inocentes. Denuncia toda forma de manipulación, violencia y terrorismo militarista y estatal, que se profundizan con frecuencia en la acción de organizaciones políticas, las cuales, hoy perseguidas y luchando en pro de causas justas, aspiran la mayor parte de ellas, por sus métodos e ideologías, a constituirse en futuro poder de Estado.
El recurso a la lucha armada traduce la transformación de enfrentamiento de clase en enfrentamiento militar, por una práctica de guerra entre aparatos especia-lizados, grupos armados y bandas represivas del Estado. La extensión cotidiana de tales prácticas no demuestra sus éxitos, al contrario, contribuye al refuerzo de medidas de represión del Capital y del Estado, quienes después de hacer pagar los gastos de la crisis a los trabajadores, hacen pesar sobre ellos una represión acentuada. Y resulta suicida esta práctica cuando no se ha trabajado por la creación de una capacidad ofensiva en el movimiento obrero. Los anarquistas no creen que la propaganda por el hecho, concebida como el despertar mítico de la conciencia del proletariado siempre dispuesto a la réplica, pueda tener el menor éxito. Si esta línea política se afirmara, no podría más que profundizar el foso entre activistas y la población.
La radicalización de los enfrentamientos tiene su punto de partida tras las grandes esperanzas suscitadas por las luchas de 1968-69, cuando la creatividad popular chocaba contra el muro de su propia impreparación a la autogestión, permitiendo el renacer de burocracias neorreformistas de grupúsculos. La incapacidad de hacer la revolución “enseguida y a no importa qué precio” ha llevado a numerosos compañeros y militantes de izquierda o de extrema izquierda a una práctica cotidiana hecha de compromisos a la sombra de la política parlamentaria, a un repliegue individualista del “dejad hacer”, a un repliegue basado en una concepción de clandestinidad.
Esto es el fruto de concepciones que sólo pueden conducir a un reformismo oportunista o a un extremismo militarizado.
Decimos que es hora de empezar de nuevo la actividad del revolucionario en el terreno que es suyo, en el seno de las luchas de los trabajadores y paralelamente de darle cuerpo a la propaganda específica anarquista, buscando hacer reconocer la profunda validez de nuestro pensamiento.
La solidaridad de los anarquistas significa ante todo defender a todos los que combaten al Capital y al Estado, practicando correctamente la crítica y no la calumnia hacia estos militantes.
Solidaridad y crítica son los dos aspectos de nuestra ética, porque somos conscientes de que a partir de la liquidación física de estos militantes, el Estado emprende el ataque contra todas las actitudes antirreformistas y antiautoritarias.
Los anarquistas afirman que la revolución social es imprescindible para la instauración de una sociedad sin clases, sin Estado ni patriarcado, donde la violencia haya desaparecido. Por lo tanto, no creemos que las clases dominantes renuncien a sus privilegios económicos, sociales y culturales, sin que estén obligadas a hacerlo. El enfrentamiento violento está por tanto inscrito en la fase insurreccional, violencia que no puede ser mas que colectiva, como siempre han sido las revoluciones pasadas.
En tanto que movimiento organizado, el anarquismo debe establecer una estrategia de lucha, basada en la inteligencia, capaz de analizar con lucidez las lecciones de la historia y la situación y devenir de nuestra sociedad. En esto reside el interés fundamental del concepto de acción directa, ya sea violenta o pacífica, medio de acelerar la toma de conciencia de las capacidades de auto-organización y de auto-emancipación colectivas.
Como Errico Malatesta, no estamos de acuerdo con los opuestos a toda violencia ni con los compañeros partidarios de cualquier violencia. Ni aprobamos ni condenamos en bloque toda forma de “terrorismo”.
Estamos inducidos a constatar que estos actos terroristas son motivados por otro terrorismo: el que hace prevalecer una clase dirigente sobre el pueblo; cons- tatamos igualmente que las consecuencias serían negativas o nefastas sobre el movimiento obrero en general y el movimiento anarquista en particular. Pensamos que la práctica de la violencia revolucionaria no puede ser comprendida y aceptada mas que cuando existe paralelamente un potente movimiento obrero organizado y ampliamente partidario de las ideas libertarias.
Marginalismo
Marginalismo es un término demasiado genérico. Es necesario que con este término entendamos los fenómenos que abarcan una vasta capa popular compuesta de jóvenes que, por su elección ideológica de vida o por las condiciones objetivas en las que están obligados a vivir, están situados al margen de la sociedad “oficial”.
Los marginales no van más allá del rechazo de la sociedad en la que viven, plantean solamente un problema de resistencia y supervivencia en el plano individual, buscando refugio en fenómenos como la droga, el misticismo, etc. Existen no obstante marginales que van más allá de esta simple “resistencia” y buscan nuevos modelos de vida, nuevos sistemas de comunicación, nuevos lenguajes y nuevos métodos liberadores para remontar algunas de las miserias cotidianas.
En el primer caso, existe entre estos marginales potenciales revolucionarios, si consideramos su práctica de rebelión y de resistencia cotidiana. En el segundo caso, existe ya un embrión revolucionario libertario.
Si el marginalismo no se plantea el problema esencial de la transformación social, al menos aporta una enorme contribución al cambio en las relaciones humanas.
(Congreso Anarquista Internacional de Carrara, 1978)