Cuando los trabajadores de la acería se pusieron en huelga no los apoyaste porque pensaste que así no puede haber desarrollo.
Cuando se pusieron en huelga los trabajadores del metro te subiste por las paredes porque no podías ir a trabajar a tiempo y sin problemas.
Cuando se pusieron en huelga los maestros de primaria y los profesores de secundaria te irritaste con esos parásitos que tienen tres meses de vacaciones al año.
Cuando protestaron los trabajadores municipales te dio igual porque esos entraron con enchufe.
Cuando los trabajadores portuarios bloquearon los puertos tuviste miedo de que espantaran a los turistas.
Cuando se pusieron en huelga los trabajadores de “phonemarketing” te dio igual porque ni siquiera te enteraste.
Cuando los pequeños tenderos se movilizaron contra la apertura de los comercios los domingos fuiste corriendo al súper a comprar leche y pan con el poco dinero que tienes y luego, mientras tomabas el café en una cafetería, empezaste a protestar por el precio del café.
Cuando, armados hasta los dientes, nuestros queridos “protectores de la ley” golpearon a las limpiadoras tú estabas viendo el mundial y te preguntabas por qué juega todavía Kachuranis.
Cuando tu jefe te dijo que trabajaras sin asegurar por 300 euros le diste las gracias y pensaste que qué bueno que es por no echarte a la calle.
Cuando viste que despedían a tu amigo te sentiste aliviado, aunque ganas muy poco, porque estás orgulloso de ser pobre.
Cuando fuiste a trabajar por 400 euros a uno de esos nuevos programas para parados te dijiste: “menos da una piedra”.
Ahora te piden que trabajes por unos cupones. Tragarás con eso y esperarás que algún día llegue un futuro mejor. Al fin y al cabo teines tiempo de sobra antes de que el banco te quite la casa. Siempre hay posibles salvapatrias. Puede que sea Samarás, o Chipras, o un matón nazi, o dios, o algún santo que lo haya predecido, o los rusos, o a saber quién. Eso sí, siempre será “otro” el que se rebele para redimirnos. No tú. Tú crees que puedes continuar agachando la cabeza ante el patrón, inventándote excusas para justificar tu falta de conciencia de clase. Puede que en otro tiempo valieran esas excusas. Ahora no.
Tuviste infinidad de oportunidades para concienciarte, para comprender, para luchar. No quisiste aprovecharlas. Eres tan culpable como esos a los que maldices. Al fin y al cabo, la explotación de clase es como el tango. Hacen falta dos…
El tango del desclasado
22 domingo Jun 2014
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