“Cuando el sabio señala a la Luna el necio se queda (me quedo) mirando el dedo”. No es más que una frase hecha, tan solo un recurso fácil para filosofías de galleta de la suerte.
En esta sociedad de la sobreinformación parece imposible que algo se nos escape. Cada hecho queda sometido al más meticuloso escrutinio mediático. La noticia se nos muestra hasta las entrañas. Cada minuto, cada segundo, cada imagen, cada fotograma, es destripado para mostrar una verdad a golpe de instantánea, de patada en el estómago. Y sin embargo, esta urgencia hace que, muchas de las veces, la última noticia borre a todas las anteriores- La “última palabra” acabe siendo la única, el último titular borre de un plumazo todo lo anterior.
¿De qué sirve entonces todo el revuelo que se crea? ¿Cuál es su intención? Los situacionistas (en palabras de la escritora y filósofa francesa Sadie Plant) definieron la sociedad en la que vivimos como “organización de espectáculos”: “Un momento congelado de la historia en la cual es imposible tanto experimentar la vida real como de participar activamente en la construcción del mundo vivido”
Y ante nosotros algo tan real como el asesinato de las dos jóvenes desaparecidas en Cuenca, halladas en el nacimiento del río Huécar, -enterradas en cal viva-. Sus nombres Marina Okarynska y Laura del Hoyo, el nombre del principal sospechoso, Sergio Morate, ex novio de Marina. Su drama pone rostro, dolor, llanto e indignación a todas esas cifras y estadísticas que, en demasiadas ocasiones, acaban convirtiéndose, de forma incomprensible, en un número más.
Sin darnos apenas tiempo a digerir tan dramática noticia el tsunami de conexiones en directo, entrevistas, declaraciones de familiares, allegados, conocidos, gente que pasaba por allí, las innumerables referencias a las llamadas fuentes, como especie de patente de corso que permite incorporar cualquier tipo de especulación, nos impiden mirar un poco más allá. El objetivo ya es otro. Metidos en harina, y con el barro hasta el cuello, lo que importa ahora es captar la atención del gran público, competir por decir algo que no haya dicho nadie antes, algo que te diferencie de tu más inmediato competidor. No importa cuánto tiempo, no importa si es más o menos cierto, debe ser verosímil, esa es la premisa. No importa ningún código deontológico estudiado en la carrera. La “vida real” es otra cosa. De lo que se trata ahora es de llegar los primeros. Y todo eso solo se consigue captando la atención del espectador. Atrás quedó lo que debería ser el análisis serio, complejo, profundo y reflexivo de un hecho tan dramático, tan inhumano y desgraciadamente tan frecuente que no puede dejar indiferente a nadie.
Y es en el momento, en ese instante que sigue a la primera conexión en directo, cuando la realidad se convierte en espectáculo, cuando todo vale, cuando todo pasa, cuando todos nos consternamos, cuando todos hablamos, escribimos, opinamos con todas esas dolorosas imágenes cosidas a nuestro córtex moral. Y somos sinceros, y nuestra empatía, nuestro dolor es real. Y todos condenamos enérgicamente lo ocurrido, todos juzgamos, todos seguimos el hilo de la noticia, el nudo corredizo de un drama tan cercano que nos podría pasar a nosotros. Nadie duda, la opinión pública sentencia.
Entonces ¿Por qué vuelve a ocurrir? Y de nuevo recordamos los dedos y las Lunas. Y no sabemos responder, o respondemos abriendo otra galleta de la suerte: “Que le vamos a hacer si el mundo está lleno de “hijos de puta”. Como si las “putas” tuvieran la culpa ¿de ser puta…o de ser mujer? ¿O es una puta porque es una mujer?
Y quizás sea esa la clave, y quizás ese sea el enfoque, la mirada que nos permita sacar el corazón, el alma y los pies del fango.
Porque no es (o no solo) un hecho atroz y aislado -al margen de las relaciones de dominación de un sexo a otro- incomprensible de un loco o desalmado. Plantearlo así solo alimenta el espectáculo de la sinrazón y la violencia e impide un análisis que estudie unas causas, más allá de las circunstancias particulares del maltratador, del homicida, que intente aportar soluciones. Un análisis que hable de la “violencia de género” como algo tan presente en nuestra sociedad.
María Luisa Posada Kubisa filósofa, escritora y teórica feminista española citando a su homóloga norteamericana Carole Sheffieldhay plantea el debate en los siguientes términos:
“Hay que separar cuidadosamente la «violencia sexual» de cualquier otro comportamiento categorizado como violencia. Porque no se trata de violencia sin más, sino que estaríamos hablando de una forma de agresión, que está enraizada de tal manera en nuestra cultura, que es percibida como el orden natural de las cosas (o que, simplemente, no es percibida). Es poder sexualmente expresado» que se ejerce como «maltrato» como «incesto», como «pornografía», o como «acoso». Es −terrorismosexual−.”
Como menciona la misma María Luisa (“Otro género de violencia”) estas consideraciones nos llevan a lo que, siendo una obviedad parecemos olvidar: que el rechazo no siempre es conciencia crítica. Y es cierto. El rechazo constituye un gesto airado, es reactivo, es coyuntural. La conciencia crítica es serena y estructural, es poderosa y se alimenta de la reflexión y la educación.
Pero eso parece importar poco y seguimos asistiendo coyuntural y sinceramente conmocionados al “espectáculo”. Hasta que éste pierde incluso su perfil de realidad y se disuelve en una confusa amalgama de telediarios, programas de información veraniega y teleseries:-“Ay, pobres chicas, tan jóvenes y tan monas” “¿qué echan luego?” −se escucha− ¡Ah, si! esa serie de policías de investigación… con violaciones y asesinatos!, ¿cuál de ellas?…
Y con el dedo, cada vez más agangrenado de cambiar canales para ver una y otra vez lo mismo, abro otra galleta de la suerte…
José Elizondo Gutiérrez