Como seguramente sabéis un sindicato es una agrupación de trabajadores que se reúne para llevar a cabo unas reivindicaciones. Por tanto, es una organización que nace del trabajo agrupando a las personas según su actividad económica. El sindicalismo se desarrolló como idea en el siglo XIX, aunque ya existía previamente y fue adoptado tan ampliamente por la clase obrera de aquella época que de hecho contribuyó a crear el propio imaginario de “clase obrera”. Y por supuesto el movimiento socialista lo adoptó como propio.

Lo que caracteriza a todo socialismo es la aspiración a una propiedad colectiva; a una economía común, de la comunidad. En definitiva a una gestión colectiva de los medios de producción, que hoy en día están en manos del mercado global capitalista.

Según Bakunin, la sociedad debe organizarse “por medio de la libre federación de las asociaciones del trabajo de abajo hacia arriba, tanto en la industria como en la agricultura, de las asociaciones científicas y las sociedades obreras en el arte y la literatura – al principio en comunas, luego en federaciones de comunas en cada provincia, de provincias en la nación y de naciones en la Hermandad Internacional”.

Society must be organized «by means of the free federation of labor associations from below upwards, both in industry and agriculture, of scientific associations and societies of workers in art and literature — at first in communes, then in the federation of communes in each province, of provinces in the nation and of nations in the International Brotherhood.» (Message, pp. 197-98).

Con la germinación de una conciencia de clase en la primera mitad del siglo XIX, de este sentimiento de pertenencia a algo nuevo, también fue surgiendo en paralelo un cuestionamiento completo del sistema de clases. La clase trabajadora también podía gestionar la economía. De hecho, no eran raras este tipo de proclamas en el gremialismo medieval o sea que tenían precedentes.

El movimiento socialista lo que hacía era actualizarlas. Por un lado apareció el cooperativismo y por el otro el sindicalismo. Pero el cooperativismo con el paso de las décadas perdió su aspiración a una sociedad nueva, distinta de la burguesa. El cooperativismo se adaptó a las circunstancias, quizás porque no le fue del todo mal a nivel económico y era capaz de garantizar una vida digna para sus asociados.

Pero el sindicalismo pasó de una primera etapa de apoliticismo y de reivindicación meramente laboral, de mejora de condiciones, a cuestionar su rol en la sociedad. Los sindicatos eran organismos de autoorganización laboral, pero también podían ser organismos de poder obrero. En las grandes huelgas los comités obreros controlaban no sólo las zonas fabriles para que no entraran esquiroles a trabajar sino también sus barrios y en ocasiones incluso poblaciones enteras. Los comedores populares, las guarderías, los piquetes eran habituales. La conciencia de este poder, de capacidad de gestionar un territorio, fue generando un sindicalismo político, político de sí mismo. La praxis de huelga, sabotaje, boicot y label había creado escuela.

El Congreso precisa, por los puntos siguientes, esta afirmación teórica: en la obra reivindicativa cotidiana, el sindicalismo persigue la coordinación de los esfuerzos obreros, el aumento del bienestar de los trabajadores por la realización de las mejoras inmediatas, tales como la disminución de las horas de trabajo, el aumento de los salarios, etcétera.

Pero esta tarea no es más que un costado de la obra del sindicalismo: prepara la emancipación integral que sólo puede realizarse por la expropiación capitalista; preconiza como medio de acción la huelga general y considera que el sindicato, hoy día grupo de resistencia, será en el porvenir el núcleo de la producción y de la distribución; base de reorganización social.

El Congreso declara que esta doble tarea, cotidiana y de porvenir, se desprende de la situación de asalariados que pesa sobre la clase obrera y que hace para todos los trabajadores, cualesquiera que sean sus tendencias políticas o filosóficas, un deber el pertenecer al agrupamiento esencial que es el sindicato.

Carta de Amiens, octubre de 1906

Ya no se necesitaba un partido que retomara las peticiones del sindicato y las llevara al Parlamento o al Gobierno. Ahora el sindicato podría dictar sus normas en la sociedad. El sindicato podía tomar los medios de producción (campos, fábricas y talleres). Podía hacer funcionar una ciudad o un país si conseguía organizar adecuadamente a los trabajadores. Por tanto, el sindicalismo (apellidado revolucionario) se convirtió en un nuevo modelo de socialismo.

Jack London, conocido escritor socialista norteamericano describía cómo se imaginaba una huelga general en la que la clase trabajadora dejara abandonase el trabajo en masa. Se daba de forma natural una mezcla de caos en el viejo orden y la construcción de un nuevo poder basado en el sindicato. Era una situación utópica, sin duda, pero como la realidad suele superar a la ficción la huelga general que respondió el golpe de estado de Kapp en la Alemania de 1920 fue tan total que el general no encontró quien le mecanografiara la declaración de estado de excepción y tuvo que hacerlo su familia.

Hacia 1910 llegó su período de madurez y pronto este tipo de agrupaciones obreras se extendieron por todo el mundo. Su período álgido fue entre 1910 y 1930 ejerciendo el control territorial en varias ocasiones: la semana roja italiana de 1912, las huelgas en las ciudades norteamericanas de Seattle, Calgary, Edmonton… en Limerick, en el Clydeside, en el barrio de Saint Denis de París en 1919, en las ocupaciones de fábrica de Italia de 1920, en la insurrección de Río de Janeiro de 1917, en la Semana Trágica argentina de 1919 y luego en la Patagonia… y un largo etcétera.

Durante la guerra civil española fue cuando se puso en práctica este modelo a gran escala. En las ciudades industriales republicanas se instauraron comités revolucionarios que en la mayoría de ocasiones fueron obra de los sindicatos. Los trabajadores, educados por la lucha de clases, ocuparon sus fábricas y talleres. Pronto se coordinaron a través de los sindicatos y establecieron una colectivización de la industria que dio pie a un control efectivo de la economía por los sindicatos.

A nivel ideológico el anarquismo siempre se atribuyó el sindicalismo revolucionario como propio. Sin embargo también una parte del marxismo apostó por esta táctica como por ejemplo Daniel DeLeon y Bill Haywood de la IWW o Joaquín Maurín y Andreu Nin en la CNT. Así, mientras en España se acuñaba el término anarcosindicalismo, fundiendo el sindicalismo revolucionario con los principios anarquistas, en Estados Unidos se inventaba el “sindicalismo industrial” revolucionario. Venía a ser lo mismo pero con matices. No pocas veces se hablaba de estado industrial o estado sindical, refiriéndose a que los sindicatos gobernarían la sociedad.

Entonces, dada la aspiración de los sindicatos a gobernar la sociedad o a gestionar la economía, el sindicato se va dotando de comités técnicos y de estudios económicos, de cajas de resistencia, de cooperativas de apoyo, de mutualidades a modo de seguro, etc. El sindicalismo va afiliando sectores que normalmente no están sindicalizados (sindicatos de estudiantes, de jubilados, de mujeres que están en el hogar) y habla de unidad sindical. Desea unir toda la clase obrera en una misma organización que cubre todas las necesidades básicas. Esto es una vía de sustitución del estado burgués.

También una parte del fascismo tuvo su origen en el sindicalismo revolucionario. En general se trataba de personas que habían militado en el sindicalismo pero que habían adoptado el fascismo corporativista como modelo. El estado se regía por un poder fuerte representado por un gobierno y un sindicato único. Esta deriva se pudo ver entre algunos sindicalistas italianos, por ejemplo, de la Unione Italiana dei Lavoro que fue escisión de la USI anarcosindicalista. Se dice que la primera ocupación de fábricas en 1920 la realizó esta organización izando la bandera nacional, y no la roja, como ocurría en las huelgas posteriores. De hecho en aquellos años se entendía el fascismo como una especie de derivación de las ideas sindicalistas. Hasta que la entrada en masa de burgueses, estudiantes, militares y campesinos pudientes borró la influencia de la primera hornada. Algunas figuras serían Alceste De Ambris (que luego rompió con el fascismo y participó en los Arditi dei Popolo) o el futurista Filippo Marinetti y en Francia George Sorel.

Siguiendo con las curiosidades históricas, a veces choca ver como se utilizaba el término “anarcosindicalista” como insulto entre los marxistas. Este calificativo recibió Alexandra Kollontai y toda la Oposición Obrera en un congreso del Partido Bolchevique. En su opinión la economía comunista debía edificarse por parte de los sindicatos, que tendrían que ser independientes del estado y así poder crear una democracia industrial – quizás en línea con lo que decía De Leon – y no depender de unas estructuras burocráticas conformadas por personas que no conocían el funcionamiento real de la economía. Su oposición fue barrida del mapa en 1922, valga decir que el anarcosindicalismo ruso (de origen anarquista) ya había sido totalmente liquidado en 1920.

El ruso Gregori Maximoff haría una de las obras fundamentales de lo que estamos hablando, el Programa Anarcosindicalista. Fue escrito en 1927 en ruso y luego traducido a diferentes idiomas. A partir de él encontramos el clásico de Rudolf Rocker, Anarcosindicalismo Teoría y Práctica. Y a partir de ahí la mayoría de los textos relevantes son de militantes relacionados con España como por ejemplo Abad de Santillán, Gaston Leval o Germinal Esgleas.

Hablando de Santillán, podemos hacer un nuevo inciso histórico presentando otra variante del sindicalismo revolucionario. Se trata del “movimiento obrero anarquista” o “forismo”. Le da mucha importancia a los principios anarquistas, de tal manera que más allá de un sindicato anarquista, la organización obrera se convierte en una organización integral político-social. La afiliación a este sindicato debía aceptar los principios y por tanto la cuestión identitaria era trascendental. La valía de esta idea recae en su propuesta finalista, ya que fue el primer sindicato que declaró el que el comunismo anarquista era su meta. Anteriormente las declaraciones públicas eran mucho más vagas (emancipación social, liberación de la clase, etc.). En cambio, al tener una postura ideológica tan fuerte alienó parte de la clase trabajadora favoreciendo la ruptura de la unidad y a la larga la consolidación de opciones socialistas y comunistas, ya que no volvió a encontrar un espacio de confluencia con el resto del sindicalismo revolucionario (representado por la FORA del IX Congreso). Esta es la forma de pensar de una parte del anarcosindicalismo actual que se basa en los principios más que en la táctica.

Siguiendo en Argentina pero en 1968, la central sindical CGTA lanzó en público un programa nítidamente revolucionario. A pesar de provenir de una mezcla de conceptos marxistas, peronistas revolucionarios o de la teología de la liberación, el programa se puede leer claramente en clave sindicalista revolucionaria: propiedad social, intervención obrera en la administración de las empresas y la distribución, nacionalización de los sectores básicos de la economía, reforma agraria, expulsión de las empresas monopolistas, no reconocimiento de los compromisos financieros, educación pública… En definitiva, hacen un llamamiento a la acción política del sindicalismo, que denominan sindicalismo integral, y pretenden proyectarlo hacia el control del poder.

Mucho ha llovido ya de cuando se pronunciaron estos discursos. En Europa el sindicalismo estaba tan burocratizado y al servicio del sistema que los teóricos del socialismo de los años 60 y 70 apenas los tuvieron en cuenta en sus escritos. El sindicato apenas tiene una función secundaria. Y en caso de explosión revolucionaria (Hungría ’56, París ‘68, Bolonia ’77, Polonia ’80…) aparecen las asambleas y los consejos. Su problema es que solamente sobreviven en el conflicto y que la participación decae cuando las aguas vuelven a calmarse. Es el momento para que el estado vuelva a apoderarse de la hegemonía y disuelva el contrapoder.

Otras versiones actuales serían las cooperativas y las fábricas recuperadas y autogestionadas. Está muy claro que las trabajadoras y trabajadores pueden gestionar sus empresas. Falta, eso sí que lo hagan según un proyecto finalista concreto. Se entiende que al plantear este proyecto finalista se iniciará una contraofensiva desde el poder de la burguesía, ya que se cuestionaría el sistema entero y se propondría una alternativa. La alternativa siempre ha sido el socialismo, se le apellide como se le apellide. Y para que sea realmente transformador debe atender a unos valores y principios radicalmente democráticos e igualitarios.

En los años 70 se escribió en algunos periódicos por parte de miembros de la CNT, algún artículo reivindicando la gestión de la seguridad social por parte de los sindicatos. Esto es similar a la gestión de las pensiones y de los seguros de desempleo en los países nórdicos. De hecho, si el sindicalismo nórdico ha sido masivo ha sido por este modelo de gestión y se podría decir que el estado del bienestar que han disfrutado en esa zona se lo deben al sindicalismo (a pesar de que no se trate de un sindicalismo de conflicto si no de negociación colectiva).

¿Qué es lo deseable hoy en día?

En primer lugar se necesita ser una herramienta de representatividad de los trabajadores y de negociación colectiva. Se entiende que sin esto directamente no hay sindicalismo. Una vez logrado, se pueden dar algunos pasos en la formación de cuadros y la adaptación de estructuras para la gestión. Evidentemente esto se dará en paralelo con la implicación del sindicalismo en procesos transformadores más amplios, quizás en clave de frente común entre sindicatos y movimientos sociales, o de la alianza entre sindicalismo y movimiento cooperativista. El caso es que para ser revolucionario hay que aspirar a hacer una revolución. Pero querer hacerla sin más ni más no ayuda a alcanzar el objetivo, se requiere muchísima preparación. De ahí lo de las alianzas con otros actores. En la famosa revolución española el anarcosindicalismo se equivocó de pleno al enfrentarse en Barcelona al movimiento cooperativista. Pensaban que lo iban a integrar sin más en sus colectividades. En lugar de ello, provocaron que este movimiento se cerrara en sí mismo y que buscara partidos que lo defendieran de los intentos de absorción. Lo encontraron, fue el PSUC y lo utilizó para minar la revolución.

Este es el reto del nuevo sindicalismo del siglo XXI.

@BlackSpartak